Capítulo 3: ¿Conseguiremos cenar algo?

Cuando termina la película, el grupo de jóvenes salen de las salas de cine. Ramón ayuda a María de nuevo a bajar la rampa a la salida, frenando la silla para que no coja velocidad cuesta abajo.

— Bueno, ¿qué os apetece hacer ahora? —pregunta Claudia.

— La verdad es que yo tengo mucha hambre —contesta Lucas, tocándose la tripa.

— Podemos buscar algún sitio para cenar ¿Conocéis alguno al que todavía no hayamos ido todos juntos y que sea accesible? —Pregunta María — Ayer fui a uno con mis amigos de la Universidad y no pude ni entrar al baño porque la silla no me cabía por la puerta…

— ¿No se supone que con la ley de accesibilidad que entró en vigor en 2017 todos los sitios deberían ser ya accesibles? —contesta Carlota enfadada.

— Sí, pero ya sabes… —responde María encogiéndose de hombros—. ¿Alguna propuesta?

—  Yo estuve en uno el mes pasado en el que la comida estaba muy rica —apunta  Claudia—. Además, me fijé que tenía baño totalmente accesible y no tiene ningún escalón ni rampa con pendientes absurdas. 

— ¡Pues vamos a ese! —responde Carlota—. Y espero que tengan opciones vegetarianas.

El grupo atraviesa varias calles hasta llegar al restaurante que ha propuesto Claudia. Tal y como había comentado la joven, la entrada es totalmente accesible, sin ningún escalón, para alivio del grupo, y nada más entrar se acerca un camarero para atenderlos.

—¿Cuántos sois? —pregunta el empleado.

—Somos cinco y nos gustaría cenar ahora si es posible, no tenemos reserva —contesta Lucas.

—Creo que puedo haceros un hueco ahora —responde el camarero antes de dirigir su mirada a Loki—. El perro…

—Es mi perro de asistencia —contesta Carlota—, por ley me puede acompañar en cualquier establecimiento.

—Sí, pero… ¿está bien educado verdad? —responde el camarero.

Carlota contesta emitiendo un suspiro y el camarero decide no insistir más, un poco avergonzado por el desconocimiento de la situación. Después los guía hasta una mesa, en la que retira una de las sillas para que María pueda ocupar ese lugar.

—En un rato vengo a tomar nota —señala dejando encima de la mesa varias copias de la carta del restaurante.

Mientras echan un vistazo al menú, y Claudia se lo lee a Carlota porque no está disponible en braille, el grupo comienza a hablar de cómo les ha ido la semana en sus clases y trabajos.

— Tengo muchas ganas de terminar la carrera —comenta María—. Estaba pensando realizar una movilidad Erasmus en mi próximo curso a Reino Unido, para mejorar mi inglés, pero me preocupa ir sola y veo muy difícil poder llevar un asistente personal.

— Espero que cuando termines tengas mejor suerte que yo para colocarte —comenta Ramón—. Ya llevo varios cursos hechos de conserjería, pero cuando voy a una entrevista de trabajo es siempre lo mismo… Da igual que sea capaz de leer los labios, que pueda hablar y comunicarme bien a pesar de mi falta de audición. Parece que sólo miran mi discapacidad y no se fijan en todas mis habilidades…

Claudia da unas palmadas en el hombro a Ramón para animarle —No desesperes, seguro que dentro de poco consigues una oportunidad. Es increíble todavía lo que nos falta por avanzar. El otro día en clase nos dijeron que todavía casi el 70% de los jóvenes con discapacidad que busca empleo está en el paro. ¡No es justo!

— Creo que lo importante es seguir luchando y no desesperar —comenta Carlota—. En mi módulo de informática tuve que pelear mucho al principio para que me adaptaran los equipos, pero ahora ya voy de las mejores del curso —comenta orgullosa—. ¿A ti cómo te va en las prácticas Lucas?

— Creo que a veces les cuesta entenderme —comenta—. O a mí entenderlos a ellos, pero el trabajo me gusta mucho. Y ahora no me han puesto ningún problema cuando me he tenido que ausentar por motivos médicos.

Mientras hablan sobre su situación y también sus sueños para el futuro, el camarero vuelve a la mesa a tomar nota, con un gran cuaderno que coloca frente a su cara.

— ¿Lo habéis decidido ya? —pregunta.

Ramón, incapaz de leer sus labios, se lo hace notar para poder comunicarse mejor con él. —¿Podrías no cubrir tu cara cuando nos hablas? Es que así puedo leerte los labios y saber lo que me estás diciendo sin que me lo tengan que repetir mis amigos.

El camarero, que había realizado el gesto de forma inconsciente asiente avergonzado.

— No te preocupes —comenta Ramón sonriendo—. Cuando estuvimos tan mal con el COVID fue todo mucho peor. La gente llevaba mascarilla y casi nadie sabía hablar lengua de signos, y me era imposible entender nada. ¡Menos mal que todo aquello ya ha terminado!

Todos sonríen recordando aquellos momentos durante la pandemia, en los que sólo podían verse a través de videoconferencias e incluso los Viernes Joven se tuvieron que celebrar a través de reuniones de ZOOM. Después de hacer el pedido al camarero, continúan su charla a la espera de la cena, repasando todas las actividades que realizaron juntos durante el confinamiento.

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