Capítulo 4: ¡Hasta el próximo viernes!

El grupo de jóvenes sale del restaurante y la noche ya ha caído en la ciudad. Claudia se estira y acaricia su barriga, haciendo notar lo llena que está.

— ¡Creo que me he pasado comiendo! —comenta—. ¿Qué queréis hacer ahora? ¿Os apetece ir a bailar para quemar todas estas calorías?

— Ya sabéis que a mí las discotecas no me gustan mucho —responde Lucas—. Siempre tienen la música demasiado alta, la gente está muy pegada y algunas tienen esas luces parpadeantes tan molestas… prefiero hacer otra cosa si no os importa.

— Yo la verdad es que mañana tengo clase de pintura en el centro cívico —comenta María—. Ahora estamos haciendo un taller muy chulo en el que pintamos objetos cotidianos para hacerlos más artísticos y bonitos… ¡Oye Carlota! Podrías dejarme tu bastón y te lo pinto con flores ¡Sería un pasada!

Carlota agarra su bastón apretándolo contra ella. —¡Ni se te ocurra! —contesta—. ¿No sabes que los colores de los bastones que llevamos tienen un significado? El mío es blanco porque tengo discapacidad visual, pero por ejemplo las personas que tienen sordo-ceguera llevan bastones de color blanco-rojo-blanco, en algunos países también las personas con baja visión pueden llevar un bastón verde o amarillo… Si me pintas el bastón pierde ese significado.

—¡No tenía ni idea! —responde María—. Entonces… tendré que pensar en otra cosa. ¿Qué tal si me dejas pintar la funda de tu ordenador portátil?

Carlota ríe mientras niega con la cabeza, porque no termina de fiarse de las cualidades artísticas de su amiga María.

—¿Entonces qué hacemos? ¿Nos vamos a casa? —pregunta Ramón—.  Yo estoy bastante cansado, llevo todo el día por ahí con el ensayo y después con vosotros…

—Sí, vamos a casa— responde Claudia— total, la semana que viene nos volvemos a ver en el viernes joven de ASPAYM. Y si os aburrís entre semana podemos escribirnos y echar alguna partida online a esos juegos de mesa virtuales que descubrimos durante el confinamiento.

—Voy a llamar a mi madre, para que me venga a recoger —comenta Lucas sacando su teléfono móvil del bolsillo.

—¡No hace falta! —responde rápidamente Claudia— yo he venido en coche, os puedo acercar a ti y a Carlota que me pilla de camino. Y que Ramón acompañe a María a la parada de autobús —comenta guiñando un ojo a su amiga, que se pone colorada como un tomate.

—¿Tienes hueco para Loki también? —pregunta Carlota señalando a su perro de asistencia.

—¡Claro! Además tengo el cinturón del perro de mi hermana en el coche, se lo ponemos y así no nos multan. ¡Vamos!

Carlota, Claudia y Lucas se despiden de María y de Ramón y caminan en dirección al aparcamiento del centro.

—¿Qué bus tienes que coger? —pregunta Ramón a María una vez que se quedan solos.

—Tengo que coger la línea 2 y luego hacer transbordo en la 5 —responde María, volviendo a utilizar la lengua de signos que ha estado aprendiendo los últimos meses.

— Te acompaño, la línea 2 me viene bien también para ir a mi casa —responde Ramón—. Va a ser genial cuando termines la carrera de turismo. ¿Cuántos idiomas hablas? ¿Tres? Tener la lengua de signos te va a ayudar mucho también a encontrar trabajo como guía. En la mayoría de museos o excursiones turísticas no nos ofrecen un guía con lengua de signos.

—A mí me pasa lo mismo con la accesibilidad. Siempre tengo que estar avisando que soy usuaria de silla de ruedas para asegurarme que los autocares sean accesibles, o que las rutas que vayamos a hacer en las excursiones lo sean. ¿Llegará un día en el que no necesitemos avisar porque todo esté totalmente adaptado?

La pareja se dirige hacia la parada de autobús, y mientras esperan a la línea 2 Ramón ayuda a María a practicar el lenguaje de signos, ante la atenta mirada de algunas de las personas que esperan con ellos en la parada.

Cuando llega el autobús, para alivio de María tiene una rampa que funciona correctamente. María asciende por la rampa de la puerta de atrás y Ramón paga los tickets de los dos, indicando al conductor que acompaña a la joven. Pero cuando se dirigen al espacio reservado para silla de ruedas, se encuentran a un grupo de adolescentes ocupando el lugar.

—Perdondad, ¿podéis dejarme este hueco? Es el espacio reservado para los usuarios en silla de ruedas —comenta María, dirigiéndose al grupo de jóvenes y señalando el cartel.

—¿En serio? —responde asombrado uno de los jóvenes—. No teníamos ni idea, siempre nos ponemos aquí para no ocupar un asiento y que las personas mayores no tengan que ir de pie.

—Pues este espacio está reservado para los usuarios que tenemos silla. Si te fijas no podría ponerme en otro lugar, el pasillo entre los asientos es demasiado estrecho para que permanezca allí e impediría el paso a los demás. También tiene un anclaje, para que pueda enganchar mi silla y no salga volando si dan un frenazo.

Los jóvenes asienten y rápidamente dejan espacio a María y a Ramón y se dirigen a la parte final del autobús.

— Es mucho peor cuando el autobús está lleno, a veces ni siquiera puedo llegar hasta aquí —comenta María con tono triste.

—No desesperes —responde Ramón con tono de ánimo—. Es verdad que nos queda mucho por avanzar ¡pero piensa en todo lo que estamos consiguiendo! Sólo hay que trabajar la educación.

María y Ramón continúan hablando durante todo el trayecto hasta su parada sobre cómo, pese a las dificultades con las que todavía se encuentran día a día, cada vez encuentran más espacios de inclusión en los que sentirse realizados y poder realizar actividades que les gusta con sus amigos. El próximo viernes, volverán a reunirse para compartir alguna nueva actividad y quién sabe las aventuras que les esperan…

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